Me interesa saber la definición de gusto y por extensión lo
que es buen gusto y mal gusto. Lógico, si existe el gusto lo puede haber: bueno,
malo, regular y las demás infinitas clasificaciones intermedias. Vale. ¿Y tener
mucho o poco gusto?
Según una definición que he encontrado por ahí, el gusto se
diría que es: “…algo físico proveniente de la lengua, sus papilas gustativas y que
se extiende en ramificaciones al cerebro”. Pero no creo que es de eso lo que
quiero hablar. ¿O si?
Extendido a las maneras y las actitudes sociales podríamos
decir que nos encontramos en una época en la que lo que se consideraba buen
gusto brilla por su ausencia. Sobretodo en opinión de personas ya de una cierta
edad para los cuales la educación y el buen gusto van unidas y en su opinión se
han perdido.
El trabajo bien hecho, con gusto, también se encuentra
perdido. La incapacidad, la falta de humildad para aprender, la necesidad, o el
tiempo traducido a dinero han hecho replantear ese gusto por hacer bien las
cosas.
Estéticamente me encuentro todavía más perdido para
definirlo.
Lo que para mi es de buen gusto en muchos casos compite con
lo que es más conocido, extendido o de moda.
Algo bueno, de calidad, o popular no tiene que ser de buen
gusto.
Sino los programas de tv más populares, la belenes estevanes
y los cristianos ronaldos serían un ejemplo a seguir de buen gusto y está claro
que no lo son.
El hecho de que algo se ponga de moda no es sinónimo de buen
gusto. Sino los pendientitos de brillantes, las Katiuskas inglesas en
primavera, o los calzoncillos a la vista por mucho que los firme el “bekan”
estarían en el top del buen gusto.
Socialmente también influye el entorno. El tan odiado frustrante “que dirán”. Prueba de
ello lo tuve en mis propias carnes (o narices) cuándo el otro día se me ocurrió
opinar en un fashion blog neoyorkino al calificar de inapropiado a un
peripuesto personaje, impecablemente trajeado, (impresionante traje de rayita
diplomática) impoluta camisa blanca, corbata entonada, maravillosos zapatos ingleses
(acordonados, con puntera perforada) que
dejaba asomar de su pantalón milimétricamente medido unos tobillos desnudos de
calcetines. Fui calificado de intolerante y se me recomendó en un perfecto
inglés sureño que otro día cambiara de lado de la cama para levantarme antes de
apostillar nada. Vamos, que para opinar de lo impropio del gusto de alguien no
me levantara con el pie izquierdo.
Aprendida la lección y como lo que nos viene de fuera acaba
calando con fuerza en nuestra cultura, si me veis vestido trajeado y sin
calcetines no creais que he “perdido el gusto” al contrario pensar que soy un fashion, inquieto vanguardista, atento a las
tendencias callejeras neoyorquinas y que vosotros sois los que no teneis ni
pizca de gusto, anticuados portadores de calcetines.
Por cierto, si os
apuntáis, llevar tiritas que nadie dijo que ser un tipo moderno y con gusto sea
fácil.