Soy de Bilbao.
Esta frase para muchos lo dice todo. Parece arrogante,
creída, altiva incluso desafiante. Para otros, es una respuesta a la pregunta
de donde vienes o de donde eres.
Para mí, es mi infancia. La forma en que aprendí las cosas
primeras. Las familias conocidas, las costumbres, las raíces, lo antiguo, la
tradición, la influencia inglesa, lo ocultado y lo prohibido, También la
reivindicación y el orgullo. El paseo, las tiendas, las compras, los
escaparates, los domingos de misa y fútbol, los coches, los trolebuses y los
azulitos.
Pronto me fui de Bilbao.
Mi familia se trasladó a la costa, buscando una vida más
sana, un aire más limpio, y un concepto de vida más actual. Seguíamos estudiando,
trabajando y comprando en Bilbao. Lo que ahora son autovías antes eran atascos.
El Metro de ahora, un tren. Lo que ahora son 30 minutos antes 60. Nos
compensaba. Los paseos se cambiaron por caminatas, los mocasines por
deportivos, el gris por el verde y la roña por la humedad.
Bilbao ahora es eso y mucho más. El orgullo nos viene de
fuera nos lo ofrecen los visitantes. Turistas, comerciantes, empresarios,
políticos, arquitectos, diseñadores, artistas, incluso de cine y músicos de primera o última generación.
Gente que nos desconocía, que nos temía, ahora nos conoce y nos reconoce. Se
interesan y nos estudian.
Todo esto lo he sentido a través de una ventana. Una ventana
grande, indiscreta, descarada, mojada. Turista por un día en una ciudad nueva,
distinta para mí. Con el norte al frente. Como tiene que ser. De cara. El
Guggenheim a mi derecha al frente la Biblioteca, jardines diseñados, edificios
modernos de viviendas con cristales hasta el suelo por donde me saludo con un
niño en pijama con su oso en la mano. El rascacielos del Sr. Pelli,
desproporcionadamente impresionante fundido con el cielo. Anillado de luces
horizontales. La plaza Euskadi, de nombre antes prohibido. Las cúpulas del Sr.
Krier, y por debajo su edificio junto al Mvseo, el anteriormente único de arte. Que redescubierto y cubierto de modernidad acristalada, nos ayuda a resituarnos
en la ciudad.
Ciudad de andar, de caminar, de paso corto, de poca prisa y
paraguas. De encuentros y de descubrir, de saber mirar, de ejercitar la vista y
de dimensiones humanas. De Bilbao. Término que define muchas cosas y que a
muchos como calificativo nos sirve como clave para entender una forma de hacer,
ser y pensar.
