.

.

jueves, 3 de noviembre de 2011

BILBAO MONTH DESIGN

Gracias una vez más al inquieto, incombustible y entrañable Juan Marchante he podido conocer a Piero Lissoni.

No voy a negar mi interés previo por conocerle personalmente ya que en una ocasión en Milán un amigo suyo intento contactar con él para que se uniera a nosotros en un picnic improvisado a ritmo de guitarra y buen rollo, Pero él se ve que estaba fuera de cobertura. Se lo perdió.

Hoy en cambio he visto a un hombre elegante en las formas y sobrio en los gestos con un cierto halo de discreta timidez que en la distancia corta se tornaba en coquetería picarona. Como un objeto suyo.

No soy mitómano ni muy fan de los personajes públicos pero si me atreví a pedirle una dedicatoria. Más que nada por sentir su cercanía.

Si hubiese sido un futbolista o un cantante hubiera paralizado el tráfico se hubiera aglomerado la gente, hubiera habido televisiones, fotógrafos y petardas entrevistadoras.

Nada de eso, una charla amigable, un impass en nuestra rutina, un vino y un compartir con gente cercana alguna broma..
Algo que sin duda anima a seguir disfrutando de la navegación aunque el mar este embravecido. Que ahora, según él, es cuándo se ve quien es hombre de mar y lleva un barco marinero.

Ciao. Grazie mille

lunes, 19 de septiembre de 2011

MINIMALISMO FORZADO

No creo que las diferencias sean para nada malas, ni mucho menos, pero existe una situación en la que esas diferencias pueden crear problemas de convivencia y es la incompatibilidad de gustos.

He oído hablar de ella como: Decoincompatibilidad.
¡Divertido el término!
Es más, en alguna que otra ocasión me he encontrado, muy a mi pesar, entrometido arbitrando en este tipo de decisiones.
La situación es más o menos la siguiente:
Todo va bien, se quieren, se llevan, comparten intereses laborales, hasta tienen los mismos ideales, comienzan a convivir. Pero los problemas aparecen cuando tienen que tomar la decisión de colgar el cuadro “Escena de campo salmantino” o “Vacío de colores sobre profundo infinito”.
Taladro en mano y con la escarpia a punto de ser ubicada la decisión se convierte en discusión.
El campo salmantino, escrupulosamente reflejado. Con su escueto tamaño, su extensa gama de ocres, sus toros jerárquicamente apostados, su cielo multicolor y su cobertizo infinitamente detallado. O el descomunal lienzo monocromo de discretas matizaciones e hipnótica profundidad.
Todo un duelo de argumentos.
Los dos con historia, interés personal, valor mercantil. Pero incompatibles.
“¿Este? o ¿ese?”, “¡El de Salamanca!” “¡No! Parece un calendario enmarcado” “¿Sabes que te digo? ¡Ninguno! Se queda así: ¡vacío!”.
Una vez más, la discreta escarpia gana y pasa a ser el único objeto consensuado del salón.
Minimalismo forzado.

Nota:
Quien dice cuadro, dice lámpara. Vencedora: la funcional bombilla encasquillada.
Quien dice cuadro dice cortina. Vencedora: la recatada persiana enrollable.
Quien dice cuadro dice color. Vencedor: el original (de origen) amarillo constructora.
Quien dice cuadro dice alfombra. Vencedor el reluciente barnizado parquet alto brillo.

domingo, 17 de julio de 2011

"LA ARQUITECTURA Y LA DECORACIÓN NO ENTIENDEN DE GÉNEROS”

Leí esta declaración, en una revista “de chicas” a un afamado arquitecto.
Estoy totalmente en desacuerdo.
El reportaje no era sobre arquitectura sino sobre el género de las personas y las cosas. Viniendo esta declaración de una persona tan capaz tanto como técnico como persona sensible me voy a permitir tratar de matizar su afirmación.
Parto de la idea personal contraria:
”La arquitectura y la decoración si entienden de géneros y conviven perfectamente prevaleciendo en unos casos uno más que el otro. Sin conflictos, unidos y en cada caso aportando cada uno de ellos lo mejor de si mismo,”.
Cuando he leído esta frase la he interpretado dentro del contexto del reportaje como una declaración de la ambigüedad que puede transmitirse en un trabajo de decoración y/o arquitectura.
 Me explico: Antes (totalmente indefinido el tiempo) la decoración era cosa femenina. Algunos hombres se incorporaban valientemente poniendo en entredicho su masculinidad. Cosa por otra parte irrelevante. Pero si resaltando su sensibilidad. Es decir un hombre que se dedicaba a la decoración o a cualquier actividad estética era peyorativamente calificado como “sensible”.
Hoy en día la “sensibilidad” y la masculinidad no están reñidas, (y si lo piensas así háztelo mirar, cromañón!).

Cuando decoramos un interior, principalmente, tratamos de definir los gustos de los habitantes para poder incorporar el nuestro como profesionales y así crear un espacio personalizado y realizar nuestro trabajo lo mejor posible.

Por un momento imaginar como sería una casa en la que sólo vivieran mujeres.., o sólo hombres.., o sólo jóvenes...
Cada una de ellas tendría su estilo, sus colores, sus formas, sus muebles y cada uno de sus miembros también tendría el suyo propio.
Es fácil hacer elegir a un hombre y una mujer entre telas y encontrar en cada una de las elecciones el género por color, textura o motivos. O el género en la forma de una mesa, silla o lámpara. Hay mesas “chico” o lámparas “chica”.
Esta afirmación sirve para entender la decoración como la moda, cada clan, cada generación, cada lugar y por supuesto cada género tiene su gusto y se define en cada uno de sus hábitats.

Me atrevo a pensar que el Sr. Torres esté de acuerdo con  mis matizaciones.

domingo, 3 de abril de 2011

OBRAS. CUESTIÓN DE OPINIÓN

Hoy me he levantado ácido.
Para los días como hoy suelo tener un cuaderno en el que escribo mis “acideces”.
Por pudor y para evitarme algún que otro problema no suelo hacerlas públicas. Pero hoy, y provocado por dos opiniones que me han pedido sobre un par de obras me voy a atrever a mojarme un poco.

Hace tiempo descubrí que hay una clasificación muy sencilla para distinguir a la gente:
Los que hacen y los que no.
Parece simple, sencilla e incluso insustancial, y por supuesto matizable hasta la infinitésima coma.

Los que hacen, suelen ser gente que se preocupan, que se esmeran, que cumplen, que arriesgan, que dan la cara, que se la parten, que se la dejan partir, que son generosos.
Que regalan, que ofrecen, que son pacientes, que piensan, que actúan, que imaginan.
Que improvisan, que no paran, que les va la marcha y que encima disfrutan.
Pobres.

En cambio, los que no hacen, son gente que no se esmera, no hacen más de lo que tienen que hacer. Que no cumplen, o si lo hacen es por que no tienen más remedio, por miedo a una represalia, un castigo o a perder derechos. Que no arriesgan. Jamás lo harán, eso no entra en sus labores ni en sus contratos. No dan la cara, por si acaso hay alguien que lo toma como una debilidad. Jamás se ofrecerán, por temor a que alguien lo acepte. Opinan por detrás, sin esperar respuesta directa, por temor a que la respuesta sea convincente. No son generosos, su tiempo y su dinero vale más que el del resto. Por ese mismo motivo si realizan un regalo, será por compromiso y jamás por agradecimiento. Buscarán cumplir con lo justo y si puede ser un poco por debajo, mejor, habrán sacado beneficio. Procurarán no pensar, para eso ya están las normativas, las reglas, los códigos, las leyes, las normas, y los reglamentos. Alguien ya ha hecho la labor de pensar antes por ellos. Sus actuaciones no son nunca inmediatas, necesitan su tiempo. Jamás entrará en sus planes improvisar. La improvisación es enemiga de la norma. Y además, crearía un peligrosísimo precedente. una imparable gran vía de agua. Su interpretación siempre es ley. Tienen métodos, contratos, derechos, márgenes, puertas, reuniones, acólitos, ventanillas, mostradores, jerarquías, secretarias, telefonistas y todo tipo de recursos para no tener que hacer, por lo menos, hasta que ellos determinen cuándo, cómo y por qué. No deben nada a nadie.
Pobres.

Pero el problema no es este. Ni mucho menos, cada uno elegimos cómo queremos desarrollar nuestra vida.
Lo malo es cuándo alguien que no hace, le da por hacer. Y ahí vienen los problemas. Acostumbrados a su estatus partirán de un método seguro de hacer, cumplirán absolutamente todos los requisitos. No improvisarán. Mantendrán un exigente orden en las labores. Establecerán las correctas relaciones personales. Buscarán beneplácito. Huirán de la crítica. No arriesgarán. Mantendrán un férreo control económico. Su timmig será británico y su cumplimiento germánico.
Pero sinceramente en mi opinión su resultado será rotundamente malo.