.

.

sábado, 17 de marzo de 2012

UN DÍA LLENO DE ARTE

No haciendo caso al: "martes y trece ni te cases ni te embarques", nos embarcamos hacia Bcn (Barcelona en plan moderno). Embarcados a pasar un día lleno de ARTE.
Me gusta Bcn en esta época, porque mientras los del norte estamos saliendo del invierno ellos ya están entrando en la primavera. Motos, bicis (con la envidia que me dan) y la luz. La luz de un día brillante, azul intenso y optimista.
Desde el aire se va apreciando según te vas acercando hacia el Este.
Nos reciben ya con una llamada, un cartel, una sonrisa y un piscolabis. Algo que ya determinaba la atención, amabilidad y simpatía con la que nos iban a acompañar todo el día.
Lo primero; ver la  Sagrada Familia. Vale, No deja de ser algo que esta bien, pensé. Le reconozco su gran mérito, su grandiosidad, pero siempre que me había acercado me había pasado lo mismo. No me siento bien rodeado de gente haciéndose fotos, mosqueado para que no me roben la cartera y vigilado por señores sudorosos con uniforme y pinganillo.
Ingenuo. Esto es otra cosa. Podía haber gente, pero me sentí a gusto rodeado de gente sonriente con caras aniñadas, disfrutando como yo del placer de que alguien te transmita sus conocimientos y su capacidad para hacer que te enamores de un lugar. Que no veas una piedra que veas una escultura, que no veas una imagen que veas un mensaje. Que no veas un monumento que veas uno de los edificios religiosos cristianos con mayor capacidad de enganche que conozco.
Eso la fachada.
A trompicones y a ritmo de auricular, la guía nos traslada a otro mundo. Literalmente. Nunca había estado en el interior. Magnifico.
Vi en mis compañeros algún ojo vidrioso. Lágrimas de sensibilidad extrema. De capacidad ilimitada. De arte interior.
Que maravilla! La luz entrando por las cristaleras. Que magnífica explosión de sensaciones. De solemnidad. Lo están haciendo, pero aunque el turisteo haga perder la religiosidad del Templo, para mi fue una jornada de puertas abiertas al Paraíso.
No soy quien para decirlo pero que capacidad la del Arquitecto. ARTE.

Todavía reflexivos, pensativos, tocados. Llegamos a la Gallery, A la Miele Gallery.
Otros lo hubiesen llamado punto expositivo, showroom, exposición o simplemente Miele.
Pero no. Es una gallery , un lugar donde hay Arte. Y como tal se ve, se disfruta, se siente y se aprende. No es un lugar donde te enseñan; aprendes. Un lugar donde te venden; compras. Un lugar donde te atienden, te obsequian. Un lugar donde haces relaciones, haces amistades. En definitiva más ARTE.
Y sin parar de sonreír y con una copa de cava en la mano nos encontramos con Carles. Una de esas personas que la gente reconoce su trabajo, le premian, le siguen y le dan estrellas Michelin. Pero yo vi un artista. Un artista trabajando. Un artista que nos mostró como se trabaja en el taller con un buen caballete, con unos buenos pinceles, con buenos ayudantes y en directo. Sin trucos, como trabajan los artistas con el público directamente. Un hombre de los que hablan en plural al ofrecer su trabajo. Un hombre generoso. Alguien ilusionado por su profesión o más bien por su vida. Porque hablando de algunos cocineros creo que es vida más que profesión lo que desarrollan.
Nos presenta sus ingredientes. De madrugada los ha seleccionado en el mercado para nosotros. Los olemos , los probamos crudos. Estoy seguro que mientras abría las ostras las miraba y les hablaba.
Empieza las primeras pinceladas, reducciones, escabeches, vinagres, butifarras, mostazas, trufa, pichones, ajos, chalotas, chocolates, oro y un perfecto café de autor.  Sabores imposibles, como el verde de Marina. ARTE, ARTE y ARTE.
Que maravilla, sensibilidad a flor de piel, sonrisas que perdurarán, amistades que recordar y los sentidos desperezados. Que lección de humildad. Cuánto nos queda por aprender. Que maravilla, cuánto me queda por aprender!

Gracias a la gente de Miele Gallery, de It, de Gaig, de illy. A mis colegas Marian y Mikel, de Santander. Y a Antón,  campeón del mundo de natación en el Retiro.

lunes, 5 de marzo de 2012

VIDA DOMOTIZADA

Tengo un despertador que me da los buenos días con una tenue luz proyecta imágenes en el techo y con un ligero sonido acuoso me despierta. Me levanto lleno de energía y pletórico porque mi cabina hiperbárica envuelve mi cama ergonómica sobre la que descansa un biomagnético colchón testado por el estudio de una Universidad americana con los datos aportados por los astronautas de la Nasa. Sobre él, descansa un edredón de pluma de ganso macho desplumado en cuarto creciente sobre una losa de piedra desimantada.
La máquina de café programada se enciende y burbujea. Hoy ha decidido que una combinación no muy densa de cafés seleccionados del sur de América con una pequeña aportación ácida de un cafetal etíope  será la mejor opción para que mi despertar sea progresivamente óptimo.
La leche desnatada, calcificada y sin lactosa blanquea la taza. No tengo que preocuparme del azúcar, el edulcorante dosificado me previene de un desliz en mi dieta hipocalórica.
Me visto con mi ropa de ecofibras ligeras, hipoalergénicas, autorregulables en temperatura, transpirables y provistas de descargadores de energía estática.
Salgo de casa. El sistema cuida de mí, mantiene la temperatura, la aireación evita la apertura inapropiada de ventanas, evita fugas de aire. La alarma detecta mi ausencia y conecta los sensores de movimiento,  de extinción, los detectores de fugas, de humo, de agua, de todo. Bloquea puertas y ventanas, corta el agua y corre las cortinas. Todo queda en calma. Accedo al garaje por el ascensor, que al reconocerme, una voz femenina me saluda y opta por trasladarme a la planta garaje donde un dispositivo de aprovechamiento de espacio tiene almacenado mi utilitario eléctrico. Lo recojo, me monto y se autoajusta a mis medidas optimizando mi postura para que mi conducción sea la correcta.
La puerta del garaje se abre a mi paso, detecta el chip de la matrícula . Se conecta el dispositivo de dirección, reconoce que hoy es jueves y los jueves  tomo la autopista que me dirige a la oficina. El controlador de consumo ahorra la energía generada por la fricción. El peaje se abre a mi paso.
Mi coche encuentra sitio y se aparca junto a un cargador de batería.
El hall del edificio es un espacio bioequilibrado lleno de plantas y árboles de distintas procedencias que se autoabastecen del agua depurada de lluvia y que emiten  al aire un porcentaje óptimo de O2. Me recibe con un “buenos días” una señorita uniformada tras un mostrador. Todos los días es una distinta, o eso me lo parece. Llama al ascensor y  determina cual es mi piso de desembarque. Mediante un sensor que debo de tener guardado en algún sitio, a mi paso, se abre la puerta de mi despacho.
Para cuando llego ya tengo claras y ordenadas las tareas de hoy. Las he ido escuchando y confirmando durante mi viaje desde mi dispositivo de conexión móvil. El brief en mi mail, debidamente comunicado a  los interesados. El video meeting previsto en hora y canal. La comunicación intercontinental e incluso la confirmación  para el vuelo de la próxima semana.
Recibo un aviso.
Aprovecho un momento para hacer la compra on line. Y determino la hora de entrega. El repartidor mediante  su huella será reconocido por el sistema  y le permitirá acceder restringidamente al hall y a la cocina, donde dejará el pedido. Cuando llegue a casa lo ordenaré y mediante el código de barras mi stock volverá a equilibrarse.
Es  casi mediodía. Paso por el gimnasio que está 5 plantas por debajo de mi oficina, en el cual mi entrenador personal habrá programado las maquinas para que en peso y resistencia hoy pueda cumplir con mi entrenamiento personalizado.
Como algo hipocalórico, quizá una barra con multivitaminas, alguna barra protéica y una bebida isotónica que me ayude a regular los minerales perdidos.
No puedo llenarme, debo de mantenerme despejado ya que la diferencia horaria hace que mis socios transoceánicos ahora se estén desperezando. Pronto comunicaré con ellos para comentar los datos recibidos de nuestro proveedor asiático, el cual en este momento estará a punto de retirarse. Disponemos de una hora para nuestra encuentro.
Una aplicación de mi móvil me avisa: “Usted tiene calor”.
Debo de haber tomado más hidratos de los que debía, ahora me sobran.
Miro: el aire acondicionado está a 21,5 grados, el grado de humedad está al 62% el emisor de ozono y el aromatizador conectados. Mi ropa transpira correctamente. Todo está ok y dentro de los límites, el que debo de estar mal soy yo. Debo de estar enfermo. ¿Será grave? Me chequeo online. No me puedo ir a casa, el sistema no me reconocerá hasta las 19 horas y 38 minutos ¡Necesito un vaso de agua descalcificada!¡La puerta está cerrada.! ¡No puedo salir! El acceso está restringido hasta que las tareas no sean completadas ¡No puedo respirar! ¡Necesito aire! ¡Las ventanas no se abren! ¡SOCORRO!
Nadie me puede ayudar.